Muchas veces, un olor, un sonido, nos llevan a tiempos ya vividos, épocas gloriosas del asombro constante y la despreocupación a mansalva...
Me crié en una estancia cercana a la Estación Corbett, donde mi padre era encargado de personal y donde había (además de un rodeo de cría Hereford), 1500 ovejas Corriedale. Imaginarán, que casi todos los días, un lote de ovejas estaba encerrado por algún motivo; desojar, descascarriar, desparasitar, bañar, destetar, desabrojar...
Yo, era entonces un niño solitario, que me pasaba los días en los corrales; junto a los peones, mis únicos amigos; molestando, más que ayudando...
Volvía a mi casa, después de muchos llamados de mi madre, con los pantalones brillantes de lanolina y negros del barro mezclado con la bosta de las ovejas, invadido de intensos olores... el baño y los reproches de mamá eran inevitables...
Pero de todas las labores, la más esperada era la Esquila... porque para poder hacerla, había que recurrir a la comparsa que venía de Hortensia, todos los años para Noviembre. Eran días de mucho trabajo; con esa máquina de la que escucho todavía repiquetear su pistón y recuerdo su tacho con agua hirviente que le iban cambiando... los cuatro peines, los tachitos donde a cada esquilador, el capataz le ponía una "lata" por cada oveja esquilada... los "bellones" atados con hilo de papel y luego agrupados en pesados "fardos" que iban al galpón... las damajuanas de agua fresca, envueltas en arpillera mojada... y las tardecitas al lado del fuego, escuchando a los peones mientras se iba haciendo el cordero al asador...
Hoy, la oveja se ha ido perdiendo en los campos de mayor aptitud agrícola y solo quedan algunas majadas pequeñas para consumo, pero me es inevitable volver a mi infancia, cada vez que asisto a alguna pequeña esquila. El ruido del motor, ya no es el mismo; pero los olores, los cuerpos inclinados sobre los animales, las manos hábiles recorriendo de memoria cada centímetro de piel... eso, por suerte, no ha cambiado.
Ing.Agr. Sergio La Corte