1 de agosto de 2015

Creo en su palabra...

Habiéndome criado en el campo y entre criollos (mi padre entre ellos), necesito compartir algunas historias y anécdotas de aquellos tiempos...
Muchos hombres en la provincia de Buenos Aires no montaban en yeguas ni tampoco en caballos blancos; se entiende por caballo blanco al que es blanco desde el nacimiento y que además tiene la piel rosada, distinto del tordillo que termina blanco a la vejez.
Se decía que el blanco, además de tener malos vasos y de lacerarse con facilidad con el roce de las sogas de la cabezada, traía Mala Suerte... atraía los Rayos...

Mario Gallardo era un puestero de la Estancia Santa Elena de Corbett; su rostro era calcado de los almanaques de Molina Campos, con pómulos y una nariz prominentes, enrojecidos por el alcohol etílico de los vinos y las ginebras que tomaba en el boliche de la Estación Corbett, al terminar la jornada de trabajo.
Una tarde, había tomado en demasía... tanto como para preocupar a García (el bolichero), que salió a acompañarlo para ayudarle a subir a caballo, ya que estimaba que sería imposible que lo hiciera por sí solo. En aquellos tiempos, eran muchos los parroquianos y todos venían a caballo. El palenque (un caño de molino sobre unos postes), estaba atestado de caballos de todos los pelajes y aspectos... y el bolichero intentaba por todos los medios de subir a Mario...¡en un caballo blanco!
Y Mario le decía en su media lengua de borracho, con mucho respeto, pero también con mucha seguridad: - Mire Don García: CREO EN SU PALABRA... ¡PERO YO EN CABALLO BLANCO, NO HE ANDADO EN LA REPUTÍSIMA VIDA! -